Época: II Guerra Mundial
Inicio: Año 1943
Fin: Año 1943

Antecedente:
Declive italo-alemán

(C) Isabel Cervera



Comentario

La derrota del Stalingrado puso a las tropas alemanas del Cáucaso (Kleist) en peligro de quedar cercadas, aunque pudieron replegarse porque la mayor parte de las fuerzas soviéticas todavía estaba ocupada en aquella ciudad. La persecución fue infructuosa: los alemanes se movieron por carretera, con la retaguardia cubierta por los blindados de von Manstein, mientras que los rusos acudieron en ferrocarril y terminaron el recorrido a campo través, entre las masas de nieve. Cuando Stalingrado se rindió, los alemanes del Cáucaso ya habían cruzado el Don.
La URSS se recuperaba militarmente. En el norte, una ofensiva junto al lago Ladoga abrió un pasillo en el cerco de Leningrado, que había durado diecisiete meses, y, más allá de los Urales, las fábricas trasladadas producían ingentes cantidades de material de guerra. Progresivamente, los alemanes se vieron agobiados por numerosos ataques del Ejército Rojo, ejecutados con anticuadas técnicas militares y sin aprecio por la vida de los soldados, lanzados en grandes oleadas. La Wehrmacht carecía de efectivos para sostener semejante presión y cubría el frente con posiciones ligeras y una reserva móvil a retaguardia, dispuesta a reconquistarlas si se perdían. Los rusos atacaban en diversas direcciones hasta que concentraban grandes masas de artillería, carros e infantería sobre el objetivo considerado principal.

La retirada de las tropas del Cáucaso se convirtió en una carrera entre la motorizada Wehrmacht y el Ejército Rojo, fundamentalmente a pie, que aprovechaba cualquier vehículo o almacén abandonado por sus enemigos. Cuando el avance ruso dibujó una larga y débil cuña entre el Donetz y el mar de Azov, von Manstein supo explotar la situación y, durante la última semana de febrero, sus blindados atacaron el flanco de la cuña rusa, la partieron en dos y embolsaron gran cantidad de tropas cerca de Jarkov. Sin embargo, las tropas alemanas eran ya tan escasas que no pudieron rematar la jugada. A mediados de marzo, las operaciones se detuvieron, pues el deshielo convirtió los campos en océanos de fango. Más al norte, en el frente de Moscú, Hitler autorizó una retirada parcial.

El 5 de julio de 1943, como cada verano, los alemanes lanzaron su ofensiva: una operación tenaza contra Kursk, entre Moscú y el mar de Azov. No tuvieron el éxito acostumbrado porque sus unidades estaban reducidas a la mitad de efectivos y en las divisiones panzer escaseaban los blindados, a pesar de incorporar los magníficos carros Tigre y Panther. Este año, la ofensiva de verano resultó lenta y costosa; los soviéticos pudieron replicarla con una contraofensiva y la lucha se mantuvo en tablas hasta mitad de agosto. La Wehrmacht ya era incapaz de parar las incursiones, que penetraban como un cuchillo; en cambio, el Ejército Rojo prosperaba gracias a la brutal táctica del ataque en masa, aunque provocase más víctimas propias que enemigas. La URSS contaba con innumerables reclutas, mientras que el Reich no podía reponer sus pérdidas, atrapado en la guerra de desgaste, en el infierno tradicional de la estrategia prusiana.

En aquel verano de 1943, los rusos recuperaron Esmolensko y Briansk donde, dos años antes, había escrito la Blitzkrieg uno de sus más espectaculares episodios. En sur, los soviéticos, que contaban con material americano, llegaron al Dniéper, lo cruzaron por improvisados puentes hechos de troncos y, en octubre, se acercaron a Kiev, de donde se retiraron los alemanes. Una vez que el Ejército Rojo tomó la ciudad, pequeños destacamentos de tanques de von Manstein se infiltraron por todas partes y desordenaron a los rusos, aunque no pudieron recuperar el terreno, embarrado ahora por las lluvias de diciembre.